Nabokov en Riacho San José de Gustavo M. Rodríguez

Visos de irrealidad en el riacho San José, pasen y vean, antigua capital de los marisqueros, ciénaga, pantano, lodazal, pasen y vean, Riacho San José te invita a realizar un viaje de ensueño, viví la fantasía de un mundo ideal, miles de personas ya lo disfrutaron, ahora te toca a vos, domingo a pura diversión, de un extremo al otro siguiendo la línea de barcos deshechos, cámara fotográfica, objetivo gran angular y filtro polarizador para atenuar la resolana, apuntando la chatarra que me permita concursar en el Festival de la Luz, Visos de irrealidad, no es fácil elegir, hay abundancia y, ya se sabe, la abundancia nunca es buena consejera, ojo que se rebela y se aleja del visor, ha sido entrenado para la belleza, el equilibrio y la armonía, bajamar, zanja del riacho, después frontera, depresión, cangrejal, giro de ciento ochenta grados, la misma desolación, tierra arrasada, éxodo jujeño, marisqueros en retirada, hubo otro momento, la belle époque, los años dorados, cuando las pesqueras de Madryn compraban la almeja y el mejillón, se apiñaban los aprendices, los aspirantes, jóvenes que huían de la tentación burguesa, se trepaban al Mimosa y abandonaban el té galés, los coros, la retreta de la Plaza Independencia y la Barcarolle de Offenbach, Riacho San José o el exacto reverso de la comarca andina del paralelo 42, artesanos, ropa hindú, ordeñe, dulces sin conservantes, flores silvestres, música para soñar y reposar, paños de terciopelo y manzanas del paraíso en la feria de la plaza Pagano, y en la cara oculta del área natural protegida península Valdés, el Riacho San José, la fantasía de un mundo ideal, sin heroína ni motos Harley-Davidson, sin aullido de Ginsberg, pero todo se termina en esta vida, esto también se sabe, derrumbe de las pesqueras y obreros a mendigar, ya nadie compra los frutos del mar y es el turno de turistas sedientos por ver los despojos de la marisquería, pasen y vean, soy un extranjero, un turista más, los marisqueros vigilan, saltan de un matorral a otro, los provoco con mi paseo solitario en el domingo de octubre, husmeando carcasas de colectivos, hierros retorcidos, ventanillas tapiadas y puertas con cadenas y candados, tesoros del riacho San José en cajas de seguridad a la intemperie, más seguros que en la Reserva Federal de Nueva York y sus bodegas a veinticinco metros bajo tierra, camino entre fósiles, escorias, esperpentos, pedazos de redes, sogas podridas, la iglesia del desierto que resiste, la escuela vacía, sin hijos ni nietos, ellos buscaron otros rumbos, es comprensible, se hartaron de las noches y madrugadas revolviendo rocas y arrecifes, calados hasta los huesos, las manos como hilachas, pataleando barro, continúo mi paseo sin tomar una fotografía, espero la mejor luz, cuando el sol termine de girar, se acerque al horizonte y estire las sombras, entonces tendré la oportunidad, por ahora cazador oculto, guardián en el centeno, falta poco para la santísima trinidad, luz-motivo-encuadre, aún no tengo el viso de irrealidad en el sensor de la cámara, los ojos de los marisqueros pendientes de mis pasos, se terminó la siesta, no hubo engaño, siguieron mi recorrido sin ponerse nerviosos, han aprendido a dominar el lenguaje de las mareas, a esperar la pleamar, ahora vendrán por la rendición de cuentas, quién soy, qué hago, quién dio el permiso, por qué molestar un domingo día del Señor, tensa calma, los perros comienzan a acercarse, ladridos y amenazas, retroceso obligado, la cámara alerta, los instantes de peligro suelen ser propicios, el miedo alienta y renueva la esperanza, revuelvo el pantano, el final de la tarde derrama la luz deseada, qué importan la furia oculta de los marisqueros y las mandíbulas de los perros, acá está el viso de irrealidad, de pie, en contraluz, no sé cómo llegó, pero está a mi lado, se detienen las aspas enloquecidas de los molinos, los perros ahogan sus ladridos, la machi, la hechicera, hace un lento barrido con la mano, los dedos abiertos señalan lejanos bancos de mejillones y almejas, ahora rodeados de ciénagas, la mano cambia de dirección y abarca los molinos de viento, se agotaron las baterías y las aspas son inservibles, casa por casa, murmura nombres, conocí a todos los marisqueros, los acompañé cada temporada, vi crecer los hijos y los vi partir, detiene el recorrido de la mano, ¿qué es lo que busca?, ¿qué piensa encontrar?, ¿cómo decirle? ¿cómo explicarle?, ha llegado demasiado tarde, el riacho se terminó, el sol en la línea del horizonte, el declive de la luz, acá tuve lo que deseaba y todo lo perdí, es inútil, avanza la oscuridad, pero ya ve, no puedo dejarlo, me mira, mi nombre es Ada, último resplandor, Ada, el amor incestuoso de Vladimir Nabokov en el Jardín del Edén, Ada o el ardor, Adit, viso de irrealidad, estatua de sal, mujer de Lot, lo que espero, lo que deseo, lo que perdí.