Caminaba por las calles de Venecia, entre sus laberintos de agua y callejones empedrados. El aire llevaba consigo el susurro de la historia, mientras las sombras de los edificios centenarios danzaban en los canales. Fue entonces, entre el encanto de la ciudad flotante, que mis ojos se cruzaron con los de ella.
Una chica enigmática, como sacada de un cuadro renacentista, navegaba con gracia por el escenario de este romance veneciano. Ella, como musa de una melodía etérea, parecía encarnar la esencia de la canción “Donne” de Zucchero.
“Donne, in cerca di guai,
Donne, a un telefono che non suona mai.
Donne, in mezzo a una via,
Donne, allo sbando senza compagnia.”
(Mujeres, en busca de problemas, Mujeres, frente a un teléfono que nunca suena. Mujeres, en medio de una calle, Mujeres, a la deriva sin compañía)

Las palabras resonaban en mi mente mientras observaba a esta mujer misteriosa, como si Zucchero hubiera tejido la canción con los hilos de su alma. En sus pasos, encontré el eco de la búsqueda, de anhelos que se deslizaban por las estrechas callejuelas venecianas. La melodía del romance y la intriga flotaban en el aire, mientras ella se perdía entre las sombras y los reflejos de los canales.
No pude resistir la tentación de capturar ese momento efímero. Saqué mi cámara y, con la destreza de un cazador de instantes, tomé una fotografía que encapsuló la magia de aquel encuentro en las calles venecianas. Hoy, al hojear el álbum de recuerdos, esa imagen revive el suspiro de Venecia y la enigmática presencia de esa chica.
En mi estado de viajero, perdido en tierras de Marco Polo, Venecia se convirtió en el lienzo donde se escribió este poema visual. Las estrechas calles, los puentes antiguos y los canales que se entrelazaban como hilos de un relato, se convirtieron en el escenario perfecto para este encuentro mágico. La ciudad, como una musa que susurra secretos de siglos pasados, añadió un matiz especial a la historia de aquel instante fugaz.
Venecia, ciudad de sueños y amores furtivos, fue testigo de este encuentro efímero. Y en ese instante, entre susurros de la laguna y las notas de “Donne”, comprendí que la magia de Venecia no solo reside en sus canales, sino también en los encuentros fugaces que dejan un eco poético en el corazón. Un eco que resuena aún hoy, cuando la fotografía me transporta de nuevo a aquella tarde de encanto veneciano.